A pesar de que todos vamos teniendo claro que el clima está cambiando, aún podemos encontrar mentalidades y actitudes reticentes, que lo niegan y alegan que faltan datos, o que hay una presión cientificista o un lobby ecologista anti-progreso con mucha influencia.

Pero los informes de las publicaciones científicas van demostrando que el comportamiento climático actual se está separando progresivamente y de manera definitiva del patrón de los últimos 10.000 años. En estos conocimientos han aportado mucho la dendroclimatología y la paleoclimatología, con evidencias muy sugerentes.

 

Las sequías, cada vez más frecuentes, y las inundaciones, más extremas

En el oeste de los Estados Unidos, la Universidad de California (UCLA) habla de la peor sequía de los últimos 1.200 años, y a este fenómeno lo llaman ‘la mega sequía’. En la península ibérica estamos saliendo del segundo invierno más seco de lo que va de siglo. Aquí, a finales del siglo XX, las sequías se iban sucediendo más o menos cada diez años, siendo la del 1991 – 1997 la más grave, pues tuvo un alto coste económico y social. Este período obligó a pasar de una estrategia de medidas de emergencia a una planificación y gestión del riesgo de sequías. Así nacieron los Planes Especiales de Sequías y la elaboración de los Planes de Emergencia para sistemas de abastecimiento de más de 20.000 personas.

Es alarmante que se esté reduciendo la periodicidad de estos fenómenos y aumentando su gravedad y potencia.  A parte de episodios meteorológicos extremos y concretos de frío, no es de extrañar que tengamos la sensación general de que los inviernos son cada vez más suaves. Los datos recogidos nos dicen que este enero hemos tenido las temperaturas diurnas más altas desde 1961.

Parece contradictorio, pero también estamos sufriendo episodios de lluvias de una gran intensidad que pueden ser devastadoras, al causar inesperadas crecidas en los ríos e inundaciones que se traducen en importantes pérdidas económicas e incluso comportar la muerte de personas. Mientras antes se hablaba de gota fría, con el aumento de nuestros conocimientos sobre la meteorología, ahora se conoce como DANA (depresiones aisladas a niveles altos).

 

sequias cambio climatico

 

Los cambios climáticos provocan una alteración del comportamiento de la flora y la fauna

El cambio climático se puede hacer visible como sensación general, pero también en muchos detalles que nos lo indican, como la quemadura de las hojas en invierno y en primavera. Esto se debe a que el frío entra más tarde, se alarga el otoño y las hojas no están preparadas para las bajas temperaturas, o que se avanza la primavera, quedando todavía coletazos de invierno que afectan a los brotes tiernos. También lo vemos en el adelanto de las floraciones o en las segundas floraciones de otoño.

Las cigüeñas de las zonas más templadas de nuestra geografía ya no emigran cuando llega el frío, y no solamente los osos polares sufren el incremento de las temperaturas, sino también otros animales mucho más pequeños y cercanos como las abejas y los abejorros. Se ha comprobado que estas especies están desplazando su presencia a zonas más frescas abandonando el sur de ciertos países, con la problemática que esto encierra en cuanto a la polinización de muchas plantas ya que, por este motivo, también se desplazará.

Para saber si se trata de una realidad o es producto de procesos puntuales, casualidades, o fenómenos locales, Camille Parmesan, de la Universidad de Tejas (EEUU) y sus colegas realizaron un análisis estadístico en 1.700 especies, incluyendo árboles, plantas herbáceas, aves, insectos, anfibios, mamíferos, peces. Su conclusión, publicada en la revista ‘Nature’, fue que las tendencias biológicas recientes concuerdan con las predicciones del cambio climático. Como dato medible, tenemos que cada diez años el espacio vital de ciertas especies se desplaza hacia el norte unos 6,1 km. La germinación, la floración, la reproducción o las migraciones se están adelantando 2,3 días por cada década.

 

En las ciudades es visible la presión que ejercemos sobre la naturaleza

Estos fenómenos se ven mucho más claramente en las zonas urbanas. De hecho, podemos decir que las ciudades son las grandes palancas antropizantes de este cambio. Dicho de otra manera, aquí es donde se muestra con más evidencia la presión humana sobre la naturaleza.

En muchas urbes se ha sustituido la riqueza ecológica de las especies autóctonas por unas pocas especies de flora ruderal. También, fruto de sus condiciones ambientales, las ciudades han sido ocupadas por una fauna exótica que se apodera del nuevo hábitat o por especies que se acostumbran a vivir de los residuos generados. Da pena ver miles de gaviotas o rapaces tan majestuosas como los buitres, alimentándose en los grandes vertederos urbanos.

Las ciudades son una anomalía respecto a la naturaleza, ocupan solo un 3% de la superficie de la Tierra, pero consumen más del 75% de los recursos naturales, y de ellas proceden más del 80% de las emisiones a la atmosfera de gases de efecto invernadero. Originan cambios y alteraciones ambientales dentro de ellas mismas y también a muchos km de distancia.

 

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Las ciudades son islas de calor, acumulan y acumulan grados

Las ciudades están definidas como UHI (Urban Heat Island), islas de calor. El asfalto, el hormigón, los materiales de construcción de fachadas e instalaciones, actúan como grandes acumuladores de calor. Todos hemos pasado en verano cerca de un edificio de cristal y hemos notado esta sensación de sofoco y luz reflectada. Durante la noche este calor se despide calentando el aire urbano alcanzando su máximo antes del amanecer. Este fenómeno se agudiza enormemente en las estaciones calurosas y durante las olas de calor en las que además funcionan a toda máquina los equipos de aire acondicionado de edificios y vehículos.

En los parques, en las zonas verdes, en los bosques y en las zonas rurales el efecto sombra de la vegetación y de los árboles, acompañado de una humedad ambiental más alta por efecto de la evapotranspiración de las plantas, se traduce en un menor calentamiento del suelo y del ambiente. En una zona arbolada, la temperatura puede estar unos 5 ºC más baja que en una zona sin cobertura vegetal. Por esto se entiende que en las ciudades del sur se tenga la costumbre de levantar los toldos que durante el día cubrían patios y calles y de regar los suelos al anochecer para refrescar estos espacios y poder descansar del calor de la jornada.

Las ciudades, además, se convierten en zonas fácilmente inundables. Tras una tormenta de verano o durante las gotas frías no son capaces de drenar o evacuar toda el agua que reciben, y muchos túneles, subterráneos, aparcamientos y sótanos pueden convertirse en trampas a veces mortales.

 

¿Cómo contrarrestar el cambio climático en las ciudades?

Las urbes son una de las claves para contrarrestar el cambio climático. Podemos citar algunas medidas:

  • Transformar las cubiertas de los edificios en tejados verdes (Green roof). Implantar cubiertas vegetales de diferentes densidades, desde las más extensivas, a base de plantas crasas tipo Sedum sp, hasta las más intensivas, dotadas de verdaderos jardines en los que también podemos encontrar árboles. Se mantiene una temperatura fresca dentro del edificio, a la vez que se enfría el aire exterior, a la manera de cómo lo hace la vegetación en las zonas cubiertas arboladas.
  • Cambiar a tejados fríos (Cool roof). Usar materiales de cobertura de colores claros a fin de reducir la absorción de la radiación solar. La aplicación de esta técnica a otras superficies, como el asfalto y las aceras, a la manera de los pueblos blancos del sur de España, contribuiría a un notable ahorro energético y a la consecuente disminución de las emisiones contaminantes.
  • Gestión sostenible de los residuos producidos reduciendo, reciclando y reutilizándolos de manera eficiente y responsable.
  • Reducir los gases contaminantes a través del uso de energías renovables, eliminando las calefacciones de gasoil, el uso del carbón o el gas. La mejora del transporte público basado en vehículos eléctricos alimentados a partir de fuentes energéticas renovables, la disminución del transporte a base de motores de combustión, el fomento de las vías peatonales, los carriles bici, etc.
  • Aumento de zonas verdes como sumideros de CO2 y otras partículas contaminantes.
  • Apelación al uso responsable de la energía, de los bienes de consumo de cada ciudadano teniendo en cuenta el bien que se hace a la naturaleza y, en definitiva, a la propia salud.
  • Desarrollar políticas y actuaciones que fomenten la biodiversidad autóctona adaptada a las condiciones climáticas y que luchen contra la proliferación de las especies invasoras.

 

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Es importante asumir que todos debemos responsabilizarnos de frenar y revertir el cambio climático a través de nuestras pequeñas acciones y, a mayor escala, a través de nuestros políticos y responsables sociales. Los signos de cambio en la flora y en la fauna que hemos apuntado son consecuencia de una adaptación progresiva de la naturaleza a las nuevas condiciones climáticas, pero atención que, en palabras de Marc Castellnou, experto en grandes incendios: ‘la naturaleza también está optando por respuestas mucho más drásticas e inmediatas a la actual situación: los incendios de sexta y de séptima generación que se están produciendo en diferentes países también pasarán aquí’. Estos incendios, que son de una agresividad extrema, difíciles de doblegar, de comportamiento impredecible y capaces de provocar ‘lluvia de fuego’, son también derivados del cambio climático… Ante este panorama desolador, ¡no nos queda otra que decidir y actuar!

 

Manel Vicente Espliguero

Paisajista