Durante estas últimas olas de calor estamos comprobando que el agua es fundamental, así como cuánto daño hacen las sequías. Este año, para sorpresa de todos, el primer episodio de calor extremo empezó a principios de junio y se han ido sucediendo de manera que, a mediados de julio, estamos sufriendo ya la tercera ola, ¡y solamente es el inicio del verano!
La fórmula desgraciadamente más frecuente para generar un incendio
Con el calor extremo, los incendios son mucho más frecuentes y se apunta a un triple índice de valores para su aparición: vientos de más de 30 km/h, humedades ambientales por debajo del 30% y temperaturas muy cercanas o por encima de los 30ºC. Si a todo ello, añadimos la gran cantidad de material seco o combustible para quemar que hay en nuestros bosques, cualquier detonador, por mínimo que sea, —ya sea en forma de chispa, rayo, hoguera, colilla encendida o cristal abandonado—, iniciará la catástrofe.
Pero miremos la naturaleza con perspectiva, ¿cómo le afectan los incendios?
El mundo mediterráneo comparte su espacio con el fuego y, como prueba de ello, queda apuntado por nuestra cultura y folclore de muchas de nuestras fiestas tradicionales. En relación con la naturaleza hablamos de las plantas pirófitas o pirófilas. Analizando el segundo término, podemos decir que procede del griego ‘pyros’, que se traduce como fuego, y que ‘philia’, significa amistad. Se trata de especies que tienen querencia por el fuego, que necesitan del fuego para perpetuarse o que el fuego las beneficia. De este tipo de plantas en nuestro clima tenemos muchos ejemplos. Es curioso, ¿no? Son millones de años de adaptación a este fenómeno.
No quiere decir que el fuego las beneficie de manera individual, —siempre hay un daño—, sino que como especie toman ventaja después del paso del fuego. Significa que estas especies se han adaptado a contar con los incendios, han aprendido a sobrevivir o, a partir de esta catástrofe, completan o potencian su ciclo vital.
Incluso podríamos afirmar que hay ecosistemas que únicamente se dan en zonas azotadas por incendios sucesivos, y ello nos confirma que la naturaleza tiene sus remedios. Se trata de sucesiones florísticas o conjuntos de plantas pioneras de carácter herbáceo o vivaces que no acaban de evolucionar a otros ecosistemas sucesivos por falta de tiempo o de reposo pero que, incluso en estas situaciones tan adversas, significan vida. Los brezales son un gran ejemplo, constituyendo un conjunto de gran riqueza de especies que necesitan luz y espacios abiertos.
¿Cómo se han adaptado distintas especies mediterráneas a los continuos incendios?
Para describir cómo nuestras especies mediterráneas se han adaptado citaremos algunos ejemplos.
▷ La primera en emerger del incendio: la adelfilla
El Epilobium angustifolium o adelfilla es una hierba perenne de floración rosada, en espiga, que alcanza una altura de entre los 50 centímetros y los 2,5 metros. Sus hojas son lanceoladas y enteras, de color verde. Germinan especialmente bien sobre las cenizas de bosques y superficies de arbustivas quemadas por el fuego. Sus semillas están latentes en el suelo gracias a una cubierta dura y resistente que se activa después de un incendio.
▷ Las resistentes cortezas gruesas de nuestras encinas
Una corteza gruesa como la que tienen los alcornoques, las encinas o palmeras como el palmito, favorece que después de un incendio rápido puedan volver a rebrotar. Mientras tanto, sus posibles competidoras no pirófilas habrán sucumbido. Es interesante ver que, en el incendio del Cap de Creus del 2018, las encinas recuperaron protagonismo en su espacio natural.
▷ Los eucaliptos se deshacen de la corteza externa
Los eucaliptos lo hacen quemando la parte más externa y exfoliable de su corteza. Recuerdo comprobar, meses después de los grandes incendios de junio del 2017 en el norte de Portugal, como fueron estos los primeros en rebrotar en el paisaje quemado; mientras los pinos marítimos, por ejemplo, murieron todos, —incluso aquellos que parecían poco afectados por las llamas—.
▷ Los pinos se queman, pero lanzan sus piñas hacia la vida
El pino carrasco (Pinus halepensis), el pino marítimo (Pinus pinaster) y el pino piñonero (Pinus pinea) han seguido otra estrategia. Como acabamos de citar se quemarán y morirán, por ello se desaconsejan en plantaciones cercanas a edificaciones, ¡pero atención! Sus piñas lanzadas lejos del árbol madre, incluso como bolas incendiarias que propagan un incendio, están llenas de semillas resistentes a las altas temperaturas que, una vez en el suelo, serán el inicio de nuevas vidas. El espacio abierto, las lluvias posteriores y las cenizas del desastre se convertirán en buenas condiciones y en un suelo fértil para los nuevos pinos.
▷ La raíz resiste, y genera una nueva planta
Otras plantas han decidido que la parte aérea puede sucumbir, pero que la raíz debe resistir y, a partir de aquí, regenerar una nueva planta. Cómo ejemplo citaremos los brezos (Erica sp), la coscoja (Quercus coccifera), el lentisco (Pistacia lentiscus), la jara (Cistus sp), incluso la lavanda y el tomillo, que rebrotarán si el incendio es ligero. El madroño (Arbutus unedo) es capaz de volver a crecer a partir de un tronco subterráneo, se vuelven a generar ramas, —que llamamos troncos, porque eso es lo que vemos—.
Las especies denominadas pioneras encontrarán en la tierra quemada grandes ventajas
Este tema lo señala el botánico Alain Menseau, responsable del Domaine du Rayol, un jardín botánico que se ha especializado en el estudio de las plantas pirófilas de clima mediterráneo.
Alain cuenta que bajo el clima mediterráneo no hay vida sin fuego, y que por eso es interesante causar incendios dirigidos, voluntarios y controlados. Es el caso, por ejemplo, de los parques de Sudáfrica, en los que se practica esta técnica. Saben que después de quince años sin tener incendios regulares, la vegetación se vuelve demasiado densa, y que cuando las llamas vuelven, —porque siempre lo hacen—, el fuego será demasiado caliente, las semillas se destruirán demasiado, y entonces sí que existe riesgo de perder biodiversidad.
Los incendios, un problema particularmente grave para una especie: el ser humano
Como vemos, los incendios no son un problema para la naturaleza, —para ella es una cuestión de tiempo—. Además de las pérdidas humanas, siempre irrecuperables, los incendios son un gran problema pues, en cuestión de días, perdemos paisajes, riquezas naturales, sistemas productivos, bienes muebles e inmuebles y también algo mucho más espiritual: nuestras relaciones de identidad, de pertenencia, de historia o memoria. Nos exponemos a graves cuestiones de salud emocional.
Somos nosotros, como especie, los más perjudicados, y cuanto más nos apartamos de la naturaleza más vulnerables somos. La lucha por aminorar el cambio climático, los pavorosos incendios de sexta generación o las grandes catástrofes naturales, sobre todo nos afectan a nosotros. Además, los más perjudicados son siempre los grupos o colectivos más vulnerables, los que desgraciadamente no tienen medios, recursos o voz propia. Como quedó denunciado de una manera tan precisa en la encíclica ‘Laudato si’ del Papa Jorge Mario Bergoglio.
Como reflexión final respecto del punto de partida de las soluciones, copio textualmente del punto 139:
‘… Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza’.
Manel Vicente Espliguero
Paisajista
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