Durante mi última visita de monte con mis alumnos de forestales estuvimos analizando el patrón de la flora desplegada por el itinerario. Lo hicimos remontando una cresta por un estrecho camino. Al inicio, los robles dominaban en el estrato arbóreo, después salteaban entre ellos algunas encinas que, a medida que ascendíamos, iban desapareciendo para dar paso a los serbales, los arces, majuelos y algún que otro acebo. Al llegar arriba se abría una vista maravillosa sobre la parte norte de nuestro valle. Nos asomamos a un paisaje abierto, rodeado de montañas de no mucha altura. El punto más alto lo ocupaba el santuario de Bellmunt, construido a unos 1.200 metros de altitud. Desde la altura de nuestra parada se alcanzaban a ver los campos de cultivo de la Plana, muchos dedicados al trigo y otros a la cebada y al maíz, que se repartían la superficie agrícola entre rodales de robles y plantaciones de pinos de Valsaín. Los núcleos urbanos de Torelló, Sant Vicenç y Manlleu se reconocían rápidamente por su ubicación en la planicie o por algunas de sus torres más conocidas.

 

La ciencia de la fitosociología o de las comunidades entre plantas

Lo interesante de esta excursión pedagógica era confirmar cómo las arbustivas y herbáceas que completan la flora de una masa forestal ya estaban apuntadas y se cumplía el patrón de los botánicos para la zona. Hay una ciencia que se llama la Fitosociología y se dedica a estudiar las relaciones entre las plantas, las comunidades que forman, cómo aparecen y se agrupan según las condiciones de suelo y clima. Por tanto, es una ciencia que nos puede ayudar a seguir el cambio climático y sus consecuencias de una manera mucho más detallada y puntual.

En nuestro caso las arbustivas a encontrar eran el boj (Buxus sempervirens), las lantanas (Viburnum lantana), el durillo (Vinurnum tinus), la olivilla (Phillyrea latifolia), el cornejo (Cornus sanguinea), el espino roquero (Rhamnus saxatilis) y el escaramujo (Rosa canina) y la zarza (Rubus ulmifolius), principalmente.

 

 

Los árboles señalan las condiciones ambientales de los últimos 50 años; las arbustivas, del último decenio y las herbáceas, del presente más inmediato

Creo que es fácil intuir que los árboles señalan las condiciones ambientales medias de un largo periodo, por lo menos de los últimos cincuenta años. Sus grandes recursos construidos durante su lento crecimiento y su gran longevidad les ayudan a sobreponerse a la influencia de posibles anomalías ambientales más puntuales (o parece que las suavizan). Tienen, lo que podríamos llamar: un efecto tampón, un efecto regulador o anulador en el paisaje de estas variaciones extremas y esporádicas. Las copas y cubiertas arbóreas además determinan las condiciones de todas las especies que crecen por debajo y a su sombra.

Las arbustivas, por vivir menos, son indicadoras de lo que ha pasado durante la última década, —por dar una cifra comparativa, que también depende del tipo de arbustiva—. Si son especies de luz o necesitan más sombra nos pueden ayudar a saber desde cuándo esa zona está más abierta o cubierta. Las plantas herbáceas, muchas de ellas bianuales o anuales, nos indican lo que está ocurriendo de una manera más local y mucho más reciente. En las herbáceas se ven tan claramente los efectos del ambiente presente, que muchas se llaman plantas indicadoras. Estas últimas solo viven en lugares con características muy especiales, delatando de manera muy eficaz lo que está pasando en cuanto al suelo, la insolación, las temperaturas y la humedad.

En nuestra excursión, en el robledal – encinar de no mucha sombra, dominaban las arbustivas de sol. Y al ir ganando altura, con las coberturas más densas gracias a los diferentes tipos de arces, perdíamos arbustivas leñosas de gran porte y ganábamos en colección de herbáceas de sombra y de condiciones más frescas como las fresas (Fragaria vesca), la hierba de los ballesteros (Helleborus foetidus), las clavelinas (Primula veris), la hierba de la Trinidad (Anemone hepatica), las violetas (Viola odorata), los helechos dulces (Polypodium vulgare)

Pudimos comprobar que en las zonas más abiertas los jóvenes robles estaban creciendo más lentos de lo que es habitual. La falta de cobertura ayuda al crecimiento de potentes zarzas que se extienden ahogando a otras arbustivas y perdiendo riqueza ecológica. La cobertura de pinos de Valsaín (Pinus sylvestris) que se plantaron hace 70 – 80 años se han ido muriendo por efecto de la subida de las temperaturas y la falta de agua. Estaban plantados en el límite de sus condiciones ambientales y ahora quedan fuera de lugar.

 

 

La presencia de una u otra planta, y las comunidades entre ellas, nos dan información muy valiosa

Así en el bosque, gracias a la observación de qué plantas crecen, podemos saber qué zonas tienen más humedad, qué suelos tienen más contenidos en sales o son más pobres. También es posible detectar suelos más arcillosos o compactos y suelos de estructuras más ligeras. Un ejemplo de esto es la presencia de la palomilla (Fumaria officinalis) o el llantén mayor (Plantago major) que crecen en suelos muy compactados.

Además, podemos saber también si la comunidad florística está en su pleno apogeo, señalando así su comodidad o adaptación a las condiciones climáticas que históricamente han imperado; o si este conjunto de especies está cambiando a una tipología diferente, entrando nuevas especies que, perdurando, nos indican que desde hace tiempo las condiciones ambientales están cambiando. Por ejemplo, la entrada de especies de secano y de más insolación como los tomillos, los romeros, las salvias, las jaras o la ginesta nos estaría diciendo que nuestras precipitaciones y temperaturas atenderían a otros patrones de más sequedad y rigurosidad.

 

La armonía entre la fauna y la flora en la Selva Negra, en el bosque o en cualquiera de nuestros jardines

En aquella jornada también llamaba la atención el vuelo de muchas mariposas como la blanca del majuelo, las próteas, las limoneras, las doncellas, las perladas y también la presencia de un gran número de coleópteros, himenópteros y dípteros en plena actividad. Toda esta fauna depende para su alimentación y ciclo vital de las especies vegetales encontradas.

Subiendo en la cadena trófica y relacionado con nuestro bosque, teníamos topillos, musarañas, pequeños reptiles, carboneros, herrerillos, pinzones, petirrojos, culebras y serpientes, rapaces, zorros… (Sabíamos de éstos últimos al encontrar algunos de sus excrementos). Todos ellos también están ligados al bosque en una relación de equilibrio en la que la pérdida de unos repercute siempre en la pervivencia de los otros. La estabilidad de las especies vegetales como productoras de alimento y constructoras de los hábitats se refleja en la riqueza de la fauna que alberga. El empobrecimiento de la fauna indica una degradación de la base que lo sustenta.

Recuerdo a un forestal de dilatada experiencia en la Selva Negra que, para explicar a un grupo de alumnos la interrelación entre todas las especies de un bosque, les puso en círculo y ató con una cuerda fina las manos de todos, pasándola cada vez por el centro. Atados todos, el forestal iba tirando de algún alumno, cualquiera, hacia afuera y en seguida todos se movían y, sobre todo, los opuestos en el círculo.

Visto que la flora y la fauna en un bosque están en relación y que se premia la conjunción y las asociaciones para la supervivencia de la comunidad, podemos aprender de esto. Y en nuestros jardines, —que no dejan de ser una domesticación de la naturaleza—, deberíamos seguir este patrón para asegurar su éxito.

 


¿Cómo diseñar un jardín para que las comunidades vegetales se ayuden entre ellas?

En el diseño de nuestros jardines, aparte de atender a las características de la lluvia y las temperaturas, deberíamos conocer bien el suelo y cómo se comporta. Las plantas deberían estar adaptadas el máximo posible a las condiciones medioambientales y además, ser especies que se reconocieran entre ellas. Esto último se explica porque es importante que en el suelo las raíces de las diferentes especies establezcan asociaciones a través de los hongos y que se ayuden explorando recursos complementarios.

Por ello es muy bueno conocer las comunidades vegetales, saber lo que nos cuenta la fitosociología. Es vital no romper el equilibrio conseguido gracias a los microorganismos del suelo con la introducción de elementos químicos agresivos, o decidir de manera irreflexiva según nuestros gustos y aprensiones qué especies deberían desaparecer. Vale la pena establecer una triple ocupación de las alturas a partir de árboles, arbustivas y herbáceas, como pasa en un bosque. No es bueno dejar que nos domine en el jardín el monocultivo de una o dos especies, porque al final caeremos bajo la tiranía de éstas y seremos esclavos de mantener sus condiciones medioambientales.

Las podas y el recorte en la naturaleza no son ley, ni una ayuda para las especies, son simplemente una decisión humana. Hay que aceptar que un jardín está vivo y que el comportamiento de sus elementos responde a un sinfín de aspectos y condiciones. Seremos más felices si no nos obsesionamos con su control. Hay que abrir nuestra mentalidad a que un jardín se acompaña de fauna, habrá insectos y otros animales. Y bienvenidos sean: esto significa que es un jardín vivo.

Desde este escrito abogo para que, si en nuestros jardines hay espacio, haya árboles. Los necesitaremos más que nunca y de manera urgente para conseguir suavizar o ‘tamponar’ las consecuencias del cambio climático y ayudar también con sus sombras a la presencia de nuestras arbustivas y herbáceas.

 

Manel Vicente Espliguero
Paisajista