En el capítulo 12 del evangelio de San Juan está escrito: ‘Os lo aseguro: si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto. Quien ama su vida, la pierde; y quien aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna’. Pienso que este texto, que conecta con el acontecer en la naturaleza, es muy apropiado para las fechas que acabamos de vivir.

Todos, de una manera u otra, hemos vivido la Semana Santa, un tiempo llamado ‘fuerte’ por la tradición cristiana, para profundizar en la conversión, en la mejora personal, en la renovación. Son tiempos de identificación con Cristo, que durante estos días, morirá y resucitará. Cada año, se vuelven a revivir estos sucesos tan importantes, los cuales, junto con la Navidad, se convierten en unas fiestas que pautan el año, a la manera de cómo en la naturaleza se vive todo de un modo cíclico.

Principio, final y posterior renacimiento, parte del ciclo de la vida

En el mundo de los seres vivos, y en nosotros como parte de este mundo, constatamos continuamente inicios y finales, comprobamos que lo viejo deja paso a lo nuevo, y que este, con el tiempo, hará lo propio con lo siguiente. En el mundo vegetal, las semillas son el final del proceso o el inicio del nuevo ciclo. En los animales, a través de las nuevas generaciones, se reproduce el ciclo de la vida.

Este retorno o repetición de la Semana Santa y de la renovación de la Pasión de Cristo, junto con todas las vivencias de las cofradías y el celebrar de los oficios, es la manera de que lo temporal y pasajero de un hecho concreto pase a ser perpetuado y accesible para todos a lo largo de la historia de la humanidad.

Lo mismo que hace la naturaleza: lo singular y concreto de cada individuo se perpetúa a lo largo del tiempo en la generalidad de la especie, sobreviviendo, así, durante miles o millones de años. Como ejemplo, pasa con las medusas de mar que son así desde hace 505 millones de años, o las esponjas de mar, que llevan sobre la Tierra 760 millones de años a sus espaldas.

 

 

La conexión de la Semana Santa con la naturaleza y la cultura local

La Semana Santa tiene mucha simbología y pienso que también está muy conectada con la naturaleza. El simple hecho de que se data con el seguir lunar ya trastoca nuestras agendas y nuestra mentalidad práctica occidental. ¡A muchos este tema les pierde! Y es que, decir que el domingo de Pascua será el siguiente a la primera luna llena de la primavera boreal, no es sencillo de entender. Como se puede intuir, esto también es un canto a la primavera y a la cristianización de su celebración.

En las procesiones y costumbres de estas fechas, que tanto arraigo tienen en muchos sitios de la Península, se recogen historia, cultura e idiosincrasia de las comunidades que las celebran. Se busca reproducir o recordar unos hechos trágicos, de sufrimiento y de muerte que llevan a la identificación y a la conexión con el duelo, pero afirmando también una esperanza. Por ello, hay alegría y celebración, ya que esto es la vida, da sentido a la existencia y nos permite seguir adelante. Las procesiones para los foráneos pueden parecer extrañas, exageradas, sin sentido, pero están cargadas de sentimiento, de esperanza, de estética y belleza. La imaginería se engalana con millares de flores, de luces, de velas encendidas, de música y saetas; o enmudece con silencios penetrantes que se abren al sonido del rozar de los pies y al crujir de las cuadernas de los pasos, donde se alternan el esfuerzo y el sudor. Es el sonido de la penitencia, la melodía del sufrimiento, que nos ayuda a mirar al Nazareno y a entrar en el misterio.

 

Referencias de la naturaleza en las imágenes de las procesiones

Todo tiene su tradición y su lenguaje, y aquí las referencias a la naturaleza son muy potentes. El olivo, un árbol tan preciado por todas sus cualidades, simboliza la paz entre Dios y los hombres; no hay rencor, solo perdón. Cristo entra en Jerusalén proclamado como el Mesías en un borriquillo y, a sus pies, se extienden y ofrenden ramas de olivo. Las palmas y palmones se convierten en el sello de los mártires a partir de la muerte del Señor en la Cruz. Los lirios o los Iris, que tantas veces se representan a los pies de la Cruz o en los jardines pintados que enmarcan escenas de la anunciación de Nuestra Señora, nos hablan del inabarcable sufrimiento de una madre que injustamente pierde a su hijo. Las hojas alargadas y acabadas en punta de estas plantas recuerdan la profecía del viejo Simeón a la Virgen María sobre la espada que atravesaría su alma el día de la Crucifixión.

En muchas representaciones aparecen cipreses señalando la madera de la que se hizo la Cruz, otras tradiciones proponen el cedro, e incluso el olivo. Todos ellos son árboles de hoja perenne para destacar el valor definitivo de este acontecimiento. Desde la Edad Media, en el esfuerzo por dar un sentido cristiano al mundo ahora redimido, también pueden aparecer bajo la Cruz las anémonas. Es la misma flor que aparece en la mitología griega naciendo de la sangre caída de Adonis, herido de muerte por el ataque de un jabalí, que ahora se asocian con la muerte de Cristo. Parecido pasa con las amapolas, tan habituales en los campos de trigo de las zonas cerealistas, que simbolizan la sangre de Cristo en unión con su cuerpo en la Eucaristía.

La multitud de lirios y claveles blancos que se utilizan estos días se relacionan con la pureza de María y de Jesús, el color rojo de los claveles nos lleva a enlazar con el sufrimiento y el sacrificio, con la Pasión. El color morado significa penitencia, dolor de lo que no se hizo bien, arrepentimiento. Mantones, fajas, vestidos, capas y capirotes lo llevan y también se utilizan plantas en estos colores como el perenne romero, que además destaca por sus propiedades medicinales, para engalanar muchos de los pasos.

 

 

Por último, entre las imágenes vegetales más habituales citaré la hiedra, pintada en muchos cuadros renacentistas sobre las rocas del calvario o en el huerto de los olivos para avisarnos de la firmeza de la fe de Cristo, recogiendo su verde permanente y lo inextirpable de esta planta.

Cada paso que sale a recorrer las calles de nuestras ciudades y pueblos rememora un hecho, son una historia, una escena, un paisaje de derrota y triunfo, de opresión y liberación, de muerte y vida, con la que nos podemos identificar, como pasa de manera continua y periódica en la naturaleza de la que formamos parte.

 

Personalmente, no soy de procesiones, pero creo que bien vale la pena acercarse en algún momento a alguna y asomarse a estas celebraciones, a mirar al Nazareno, y poder sentir y vivir de primera mano un paso de Semana Santa.

 

 

Manel Vicente Espliguero

Paisajista