A principios de mayo fui a visitar la Bambuseria de Prafrance, un parque y jardín botánico maravilloso en Gard, al sur de Francia. Es una finca que en 1856 Eugène Mazel, un empresario apasionado por la botánica, compró para cultivar las sorprendentes especies de bambú que había ido descubriendo a lo largo de sus viajes de negocios por Asia y América del Norte. Aunque amaba aquel espacio, Mazel tuvo que deshacerse de la propiedad, ya que cayó en bancarrota. Esta pasó a manos del banco, pero esta vez, por fortuna, fue rescatada por la familia Nègre.

 

Este jardín botánico, en la lista de lugares franceses recomendados para visitar

Muriel Nègre, su última presidenta, ha conseguido desde 2005 que a la Bambuseria de Prafrance se la denomine ‘Jardin Remarquable’, y que esté desde el 2008 en la lista de los ‘Monument Historique’, junto a la Torre Eiffel, la casa natal de Juana de Arco, la ciudad de Carcassone o el centro Pompidou de París. La Bambuseria está considerada uno de los mejores jardines de toda Francia y es por ello que, junto con el jardín de Vilandry, es uno de los más visitados del país.

 

Jardines Feng Shui

 

Mimo y cuidado de una familia en un entorno adverso

La visión de futuro de la familia Nègre y su amor por la naturaleza (son ya tres generaciones gestionando este entorno) no solamente mantuvieron estas plantaciones de bambú, sino que aumentaron aún más las colecciones vegetales. Además, han invertido mucho en ella: estas plantaciones requieren un intenso mantenimiento y se han visto obligados a hacer frente a los desastres naturales provocados por el cambio climático en forma de fuertes heladas o los destrozos de las tormentas sobre el delicado bambú.

Puestos a valorar el esfuerzo de construcción y su mantenimiento, hay que señalar que no está en un rincón idílico y de naturaleza fácil. En la región de la Cévennes llueve bastante pero de manera muy irregular: a menudo hay tormentas, inundaciones y también sequías prolongadas, lo que obligó desde el inicio a dotar de riego y de canales permanentes a la finca, exigiendo un constante mantenimiento y numeroso personal.

 

Mi lugar favorito del jardín: el Valle del Dragón escondido

Me centraré en describir el Valle del Dragón, una parte exótica, enormemente atractiva y sugerente, que ha contribuido de manera notable a la espectacularidad y singularidad de todo este conjunto botánico. Este valle de inspiración oriental se diseñó por Erik Borja siguiendo los cánones del Feng-Shui en el año 2.000, año muy simbólico para occidente y año del Dragón para la cultura oriental.

Para un oriental, el dragón personifica la primavera, elemento que aporta previsión y estabilidad, protección, benevolencia, cultura y sociabilidad. La figura del mitológico dragón se considera que siempre está presente, pero más allá de nuestra vista. En el jardín está, se intuye, se reconoce, pero no lo vemos. Está escondido mientras caminamos. Erik le dio forma en el canal que conduce el agua del río Gardon. La figura del dragón, pues, solo se puede apreciar desde un punto alto, desde la colina de la tortuga o desde el cielo, visitando la morada del dragón.

 

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Un valle desde donde la energía positiva (chi) fluye

La energía de la naturaleza o chi fluye en este valle: rocas, árboles, plantas, caminos y pabellones contribuyen a que ésta se manifieste de manera positiva a sus paseantes. Todo está conjuntado y equilibrado para que los opuestos se complementen en armonía: es la filosofía del tradicional yin – yang, para que el chi, la energía positiva, circule libremente.

Erik lo ha conseguido a través de la combinación de todos los elementos naturales y construidos, para que todo parezca espontáneo. No hay nada forzado, todo son detalles singulares en un marco extraordinario. La vista no se desvía, no queda atrapada de manera violenta, sino que descansa de una manera pausada en los colores, las formas, el reparto de los elementos vegetales, en la superficie del agua, en sus islas, en la tierra, en el fondo creado por los bambúes o las coníferas, en las nubes, en el cielo.

Las curvas suaves y sinuosas de los caminos en las seis direcciones del espacio también facilitan esta armonía. No hay lugar para el exceso o la densificación, todos los conjuntos vegetales ocupan un espacio sin abusar del entorno, como en una medida relación, compartiendo lugar con el estanque, las islas, las rocallas, los parterres de flores.

 

El pabellón de Fénix rojo y el río agazapado como un tigre

En la parte sur del valle, nuestro paisajista hizo construir por un equipo de japoneses el pabellón del Fénix rojo. Impresiona saber que se utilizaron técnicas ancestrales en las que se suprime todo clavo de metal. Esta criatura cósmica aparece para aprovechar su poder y sus beneficios: la felicidad y la esperanza, la alegría, la fama y la fortuna. Como en todo jardín Feng-Shui, desde el pabellón podemos ver todo el despliegue de nuestro jardín.

No sé si fue o no intencionado, pero a mí me gusta pensar que el río Gardon que discurre al oeste del valle y que tantos problemas ha ido causando a la finca a lo largo de los años, se identifica con el tigre. Quinto animal de la sabiduría oriental, simboliza la advertencia sobre la fuerza y lo imprevisible de las energías de la naturaleza, y aviso también de nuestra propia capacidad de violencia.

 

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Un jardín con silencio Zen

Cuando caminas por los senderos de este diseño, atrapado por la suavidad de los contrastes de sus colores —en primavera, verano u otoño—, te invade la tranquilidad; incluso percibes que la gente respeta el silencio de la contemplación. Te dejas envolver por la caricia de una naturaleza calmada, así participas de la potencia del yin. La luz del lugar, la atmósfera clara de esta región tan mediterránea es el contrapunto que te complementa con su yang.

Arces japoneses de diversos colores y hojas, loropetalums, sasas, bambúes de diferentes alturas y troncos, pinos trabajados en pen-jing, palmeras de la china, cornejos, nenúfares, flores de loto, árboles de júpiter, cerezos de doble flor, —tan famosos en el japón por la fiesta de su floración—, azaleas y rododendros… ¡Qué más se le puede pedir a un jardín!

Os animo a que, si tenéis oportunidad, lo vayáis a visitar y disfrutéis de este espacio tan singular. Y que, mientras paseéis por sus senderos, os dejéis atravesar y abrazar por el chi, para que esa energía de la naturaleza os transporte a un estado de armonía y de tranquilidad.

 

Manel Vicente Espliguero
Paisajista